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El simulacro en las sociedades de control: transformaciones de la relación entre poder y subjetividad en la era del conocimiento (página 2)




Enviado por Djamel Toudert



Partes: 1, 2

 

"En lo esencial, las masas actuales han dejado de ser
masas capaces de reunirse en tumultos; han entrado en un
régimen en el que su propiedad de
masa ya no se expresa de manera adecuada en la asamblea
física,
sino en la participación en programas
relacionados con medios de
comunicación masivos. (…) En ella uno es masa
en tanto individuo.
Ahora se es masa sin ver a los otros. El resultado de todo ello
es que las sociedades
actuales o, si se prefiere, posmodernas han dejado de
orientarse a sí mismas de manera inmediata por
experiencias corporales: sólo se perciben a sí
mismas a través de símbolos mediáticos de masas, discursos,
modas, programas y personalidades famosas. Es en este punto
donde el individualismo de masas propio de nuestra época
tiene su fundamento sistémico" (Sloterdijk, 2000, p.
17).

Y es que los medios de
comunicación de masas han sido sin duda de gran
impacto en la subjetivación de lo individual y lo
colectivo en nuestro contexto histórico, cultural y
social… Para entender el alcance del sinóptico en el
momento actual, basta con formularnos la siguiente pregunta:
¿no es cierto que tod[arroba]s deseamos ser protagonistas
de nuestra vida? ¿No queremos tod[arroba]s tener acceso a
estas experiencias prácticamente inmediatas de placer y
éxito,
aunque tengamos también que esforzarnos para conseguir lo
que queremos? Quizás, más que encontrar respuestas
para estas preguntas, tendríamos que pensar en sus
condiciones de posibilidad, y reflexionar sobre porqué es
tan habitual en nosotr[arroba]s desear placer y tener a la vez
una concepción del esfuerzo a largo plazo como
imprescindible para conseguir algo… ¿de
dónde surge esta contradicción?

Placer y disciplina son
concepciones que ya por sentido común se encuentran
totalmente contrapuestas. Y no es extraño, ya que ambos
términos pertenecen a formas de ver el mundo que, aun
siendo completamente diferentes, se encuentran conviviendo en la
actualidad. El placer sólo podemos entenderlo como
asociado a una sociedad de
consumidores, donde tenemos todo lo que podamos desear al alcance
de la mano. La disciplina, en cambio,
sólo tiene sentido en una sociedad de trabajadores o de
productores, en la que es imprescindible entender el deseo como
algo a conseguir a largo plazo, a la vez que interiorizar, como
decía Michel Foucault (1977),
ciertos ritmos corporales de vigilia y de sueño, de
alimentación, de esfuerzo y de descanso,
para que este tipo de sociedad pueda tirar adelante. Estas dos
formas de sociedad occidental, la de trabajo y la
de consumo,
conviven en nuestro modelo actual;
y ambas tienen dispositivos de vigilancia y de control que
ayudan a contribuir a su perdurabilidad.

3. Panóptico y
disciplina

El filósofo postestructuralista francés
Michel Foucault (1926-1984), en sus estudios sobre instituciones
penitenciarias, ya mostró como funcionaba el más
importante mecanismo de poder de la
sociedad de los trabajadores: el panóptico. El
funcionamiento del panóptico forma parte del diseño
arquitectónico de la prisión tradicional; se trata
de una torre en mitad de la prisión, desde la cual se
puede observar la totalidad de sus espacios y rincones. Las
particularidades de este tipo de construcción hacen posible que no sea
necesaria la presencia de un persona en la
torre para que esta vigilancia resulte efectiva, ya que
sólo con la existencia de esta torre, dentro de la cual es
imposible ver si hay alguien ocupándola o no, hay
más que suficiente para que los prisioneros interioricen
esta vigilancia. Esta interiorización es justo lo que
conforma la base de lo que supone la disciplina: delante de la
posibilidad de que unos pocos vigilen a muchos, esta población aprende el control de sí
misma e internaliza las relaciones de poder, aprendiendo a
disciplinar su cuerpo y su forma de vida… hasta el punto
de que incluso sus deseos acaban siendo fruto de esta
disciplina.

Este tipo de tecnología
disciplinaria coincide, en absoluto por casualidad, con la
aparición de una nueva forma de sociedad que empieza a
forjarse de los siglos XVI al XVIII, y que acaba derivando en las
formas de organización de la producción características de la
revolución
industrial. Durante esta época surgieron mecanismos de
vigilancia hasta entonces no utilizados, pero que adquirieron
muchísima importancia dadas las necesidades que el nuevo
sistema social
imponía: se trataba de disciplinar al cuerpo en unos
horarios y a una rutina preestablecida, cuestión
básica para el buen funcionamiento de una sociedad
fabril:

"Vemos crecer en el ejército, los colegios, los
talleres, las escuelas, toda una domesticación del
cuerpo, que es la domesticación del cuerpo útil.
Se ponen a punto nuevos procedimientos
de vigilancia, de control, de distribución del espacio, de
notación, etc. Hay toda una investidura del cuerpo por
mecanismos de poder que procuran hacerlo a la vez dócil
y útil. Hay una nueva anatomía del
cuerpo" (Foucault, 1975a, p. 181).

Como ejemplo del funcionamiento del panóptico,
podemos señalar como fue entonces cuando se
constituyó la figura del ama de casa; y es que debemos
pensar que ésta, a parte de proveer a los obreros y a los
futuros y futuras obreros y amas de casa de los cuidados
necesarios para su más óptimo funcionamiento,
constituían también un importantísimo
mecanismo de vigilancia: los hombres no se hicieron clase obrera
de la noche a la mañana, ya que la disciplina es un
ejercicio de autosometimiento difícil, que fue
inculcándose gracias a diversos dispositivos – y
entre ellos, la vigilancia instalada en la propia casa (Mora,
2002). Y es que hay que recordar que la sociedad de los
productores o trabajadores y la sociedad disciplinaria es un
todo, ya que una se constituyó gracias a la otra y
viceversa.

Efectivamente, las mujeres adquirieron en ese momento un
estatus de dispositivo de vigilancia que posibilitaba, a
través del control del hombre dentro
del espacio del hogar, el conseguir que éste interiorizase
esta disciplina. A su vez, eran también las mujeres las
que velaban para que los hijos se fueran acostumbrando a ser
disciplinados gracias no sólo a la institución de
la familia
nuclear, sino también mediante esta otra
institución que forjaría los
hombres/trabajadores/productores del futuro: la escuela. Un
ejemplo de cómo estas instituciones no solo vehiculaban la
vida de las personas, sino también sus deseos, es como a
menudo incluso han sido los mismos niños
los que han querido ir a la escuela, al darse cuenta de que
ésta constituía su única oportunidad de
mejora en un mundo ya definitivamente industrializado. Dichos
deseos como carencia de algo que conseguir a largo plazo, que
posibilitaban el esfuerzo diario necesario para el buen
funcionamiento de una sociedad del trabajo, son los frutos de un
dispositivo disciplinario que tenía su simiente en las
instituciones que se forjaron en aquel momento histórico:
el trabajo
fabril, el ejército, las prisiones, los hospitales, las
escuelas y la misma familia
nuclear.

El deseo en este tipo de sociedad disciplinaria y
organizada en torno al mercado de
trabajo será siempre deseo a largo plazo, deseo de algo
siempre difícil de conseguir, pero no imposible, deseo de
algo que se puede alcanzar con el suficiente esfuerzo y
dedicación… con esta concepción de vida como
proyecto, el
deseo que se construía en el sujeto era el modelo de deseo
como carencia, como falta, puesto que aquello a conseguir siempre
estaba más allá, y había que trabajar para
conseguirlo. Sin embargo, poco a poco hemos ido haciendo de
nuestra sociedad occidental, en la que la centralidad estaba en
el trabajo, una sociedad mediatizada por el consumo (Bauman,
1998b). Una sociedad con un mercado de trabajo flexible
pero también precario, que por este motivo no puede
sostenerse como espacio de referentes identitarios, pero con un
mercado de consumo suficientemente fuerte como para llegar a
todas partes y hacer de cualquier estrato social un segmento de
consumidores, y en el cual sí es posible que todo el mundo
encuentre elementos de identificación. Es por este motivo
que nuestra sociedad ya no necesita hordas de gente disciplinada
y adecuada para un mercado de trabajo con necesidades de mano de
obra para la producción estables e incluso en continuo
aumento, sino gente apta para el mercado de consumo: gente
ocupada en el oficio de obtener placer.

4. Del panóptico de Bentham al
sinóptico de Beckham: sinóptico y control
social

Dentro de nuestras sociedades actuales, donde el poder
hegemónico parece tener como objetivo que
el consumo acabe siendo el eje central de identificación,
el panóptico, aún sin dejar de existir, ha perdido
mucha de su efectividad. Seguramente, los acontecimientos
ocurridos aquel famoso 11 de septiembre (aquel 11 de septiembre
que ha conseguido eclipsar todos los demás) nos mostraron
que ya no es posible la ficción del panóptico como
mecanismo de vigilancia absoluta, al mostrarse en aquel momento
sus rincones ciegos (Mora, 2002).

Pero quizás es que el panóptico ya no es
necesario en una sociedad que no necesita tanto la disciplina,
que sirve para forjar el espíritu de un trabajador, como
el control, que permite continuamente captar nuevos perfiles de
consumidores. ¿Y qué se necesita para que el
control sea efectivo? Pues entrar en el espacio que se vive como
más personal, propio
e intransferible: nuestro ámbito privado.

En la actualidad vivimos en un mundo tecnificado como
nunca habíamos conocido, y con una sociedad, la
occidental, totalmente mediatizada por la red de redes que es
Internet; las características de esta
tecnificación hacen que cada vez sea más
difícil entender el ámbito privado tal y como se ha
concebido tradicionalmente. Éste solía ser definido
como un espacio que escapa al control público, social y
político; pero… ¿es posible esta
concepción del ámbito privado hoy en día? Ya
hemos visto como el espacio llamado privado o personal no puede
estar sino construido por el contexto social y las relaciones de
poder establecidas en cada momento histórico determinado.
Parece quedar clara entonces la imposibilidad de esta idea de
espacio único y propio que es el ámbito privado;
sin embargo, que no se pueda entender este ámbito como
algo exclusivo de la persona no quiere decir que no lo
experimentemos como tal… entonces, ¿cómo ha
sido posible controlar este aparente último espacio de
resistencia a las
relaciones de poder que provienen del contexto social? ¿De
qué forma entraremos y conformaremos éste de forma
que sirva a los intereses dominantes? Bauman, para poder dar
respuesta a esta pregunta, nos ha ofrecido la idea de una
tecnología bien diferente al panóptico, la cual
llama sinóptico, y que tendría por objetivo ya no
la disciplina sino el control. El sinóptico, como ya hemos
comentado, ya no generaría grandes deseos a largo plazo;
al contrario que los dispositivos disciplinarios, nuestro modelo
hegemónico de satisfacción no son sino
pequeñas e intensas chispas de placer
inmediato.

A diferencia del panóptico, donde unos pocos
tenían la posibilidad de mirar a muchos, el
sinóptico es un dispositivo que, gracias a la
tecnología de los grandes medios de
comunicación de masas, permite que muchos
sean capaces de mirar a unos cuantos, que son el centro de la
atención y que constituyen el modelo de
realidad, de comportamiento
y de normas sociales a
seguir; es decir, que configuran aquello que entendemos por
éxito en nuestra sociedad actual. Efectivamente, tenemos
muchísimos ejemplos de sinóptico al alcance de
nuestra mano: talk shows,
reality shows, programas de prensa
rosa… y en todos ellos, el premio no es ganar tal o cual
concurso, sino simplemente estar, aparecer, y el éxito se
mide no en función de
un trabajo llevado a cabo, sino en función de lo que
hablan de ti. Incluso los sinópticos han conseguido
generar otros nuevos fenómenos televisivos asociados: en
primer lugar, tenemos espacios dedicados ya no a entrevistar
directamente a famosos, sino a personas "supuestamente" expertas
en famosos, que – aunque no sabemos de que forma lo consiguen –
saben mil y una historias de su vida e intimidades, y no tienen
ningún problema en explicarlas a todo el mundo a
través de la
televisión. Y, en segundo lugar, encontramos los
espacios de programas de TV que hablan de otros programas de
TV… o, más exactamente, podríamos hablar de
espacios televisivos que hablan de sinópticos,
mediatizando – por si acaso quedaban fisuras a través de
las cuales se pudieran colar posibles interpretaciones no
interesadas – el discurso que
se genera sobre estas experiencias privadas, íntimas y
personales pero al alcance de todo aquel que las quiera conocer,
haciendo que el espacio de los medios de comunicación sea
cada vez más autorreferencial. Y es que el poder del
sinóptico para construir y potenciar una determinada
visión de la realidad social es innegable. El
sinóptico conforma la realidad de una forma concreta,
interesada siempre en función de las relaciones de poder y
dominación, e incluso las polémicas que generan son
puestas al servicio de
dichas relaciones.

Con el panóptico hemos de recordar que era
justamente la posibilidad de la perpetua vigilancia la que
constituía la esencia y la efectividad de este dispositivo
de poder, cumpliendo de esta forma su función
disciplinaria; pero, en el caso del sinóptico,
¿qué función estará implícita
en la posibilidad de mostrar estos ámbitos privados de
forma pública? Las experiencias privadas que se nos
muestran en los sinópticos son presentadas como el modelo
de vida a alcanzar más magnífico que nos
podría aportar nuestra sociedad occidental, dado que
están basadas en el éxito – entendido no como un
reconocimiento de méritos, sino como simple conocimiento
de tu existencia por parte de las masas – y en una existencia
basada en continuas, intensas y inmediatas experiencias, algunas
de dolor, pero en una inmensa mayoría de
placer.

Según el modelo hegemónico que nos aporta
el sinóptico, una vida que valga la pena ser vivida no es
una vida en la cual sólo se disfrute de experiencias
positivas, sino una vida llena de intensas emociones. Hay
una cierta relación entre estos espacios televisivos y los
culebrones, primeros sinópticos de nuestra era, aquellos
que todavía necesitaban de actores y actrices que les
ayudasen a construir mundos de experiencias privadas – respetando
aún la siempre dudosa frontera entre
ficción y realidad – y que, fruto sin embargo de una
sociedad de trabajadores que se comenzaba a dejar atrás,
construían el deseo como algo a largo plazo (¡los
deseos vehiculados en los culebrones acostumbran a durar en torno
a los mil novecientos capítulos!): de la misma manera que
en los culebrones, los sinópticos ponen de manifiesto que
lo peor que te puede pasar no es ni mucho menos tener una vida
llena de sufrimientos, sino una vida vacía de
experiencias, una vida en la que no te pase absolutamente
nada.

¿Y en qué espacio se puede alcanzar este
modelo de continuas experiencias y emociones a corto plazo,
inmediatas y plenamente satisfactorias pero que duran lo que un
suspiro, sino dentro de los espacios de consumo? Es éste,
entonces, el espacio donde nuestra identidad toma
sentido, donde podemos tener una cierta visibilidad: sólo
con la compra de ciertos productos (una
cierta música, una cierta
ropa…) los otros pueden saber de nuestra existencia y
aceptarnos; no sólo compramos productos sino incluso
nuestras experiencias, y por este motivo también compramos
nuestras vacaciones e incluso nuestra boda. De esta forma, el
sinóptico sirve, como sirvió el panóptico en
su momento, de dispositivo de control que permite interiorizar
las relaciones de poder y hacerlas nuestras, hacerlas
propias… haciendo del poder una experiencia incluso
individual y privada.

5. Panóptico y
sinóptico… ¿Complementarios o
contradictorios?

Sin embargo, la idea de que el sinóptico ha
sustituido para siempre el panóptico no parece la
más adecuada… todavía existen
muchísimos panópticos a nuestro alrededor, y
nuestra sociedad todavía necesita de cuerpos disciplinados
y habituados a dormir ocho horas y a madrugar, a comer a
determinados ritmos y a descansar cuando les toca, y a ser
forzados por voluntad propia a seguir los hábitos y las
costumbres cuando el deseo de quedarse durmiendo y no ir a
trabajar baila por las sábanas al sonar el
despertador.

Dice López Petit (2002) que los cambios sociales
y su impacto sobre los individuos nunca se dan en un orden de
sustitución; todo lo contrario, éstos son
acumulativos y superpuestos, y cuando un orden social aparece no
sustituye al anterior, sino que se superpone y se genera a partir
de éste, forjando contradicciones y malestares nuevos o
exacerbando los que ya existían. Siguiendo sus
planteamientos, no podemos decir que la sociedad de consumidores
ha sustituido a la sociedad de productores, sino que se ha
generado a partir de sus contradicciones inherentes. Marx (en Mora,
2002) ya comentaba que si el capitalismo se
impuso como sistema de producción en Gran Bretaña
fue gracias a la expropiación de las tierras a los
campesinos ingleses, lo que les obligó no sólo a
formar parte de un mercado de trabajadores, sino a formar parte
de un mercado de consumidores aptos para recibir los productos
que ellos mismos producían como mano de obra en las
fábricas e industrias; por
este motivo, el trabajo concebido como eje vertebrador de la
propia existencia, y el consumo como forma de dar sentido a la
alienación que provoca el capitalismo industrial, van
inextricablemente ligados. La sociedad de consumo aparece en el
momento en que el declive del sector de la producción
provoca una nueva configuración del mercado laboral, que ya
no permite responder a las necesidades de las personas de dar
sentido a su vida mediante el trabajo… por ello la
contradicción inherente en nuestra sociedad es la de estar
centrada en el consumo cuando justamente no se tienen
garantizados los medios para conseguir éste, dado que se
ha enfatizado la importancia del placer inmediato mientras que –
y al menos para la mayoría de los mortales – para
sobrevivir, es indispensable darle importancia al trabajo, puesto
que es el único medio que puede proveerte de lo necesario
para tu supervivencia.

Por ello, quizás el éxito de los
sinópticos radica simplemente en que éstos otorgan
un espejo en el que la gente puede vivir y resolver de forma
positiva sus contradicciones, propias, por otra parte, de una
sociedad de consumidores y de trabajadores, y en la cual se
superpone el modelo de trabajo, disciplinariedad y esfuerzo a un
modelo de consumo, control y simulacro – en el que ya no importa
que te pase, sino que te vean y el cómo te vean – de
placer inmediato y de consumo ya no de productos, sino de
experiencias. En la novela de
George Orwell "1984", donde el Gran Hermano utilizaba un
despliegue tecnológico que era a la vez panóptico y
sinóptico (y dónde se conjugaba también
vigilancia y control) ya se mostraba esta confluencia de
sociedades, pero con una jerarquía fuertemente marcada;
ahora, en cambio, "El gran hermano" somos todos, y gracias a las
promesas de placer que el sistema nos aporta, éste se
consolida y se mantiene. De esta forma, podemos decir que en
algún sentido el sinóptico invierte los
términos en que Baudrillard explicaba que el simulacro
devenía espectáculo (en López Petit, 2003):
el sinóptico convierte el espectáculo en simulacro,
imponiendo mediante la seducción un conjunto de normas que
convierten los malestares en experiencias puramente
individuales.

6. Poder y subjetividad en las
sociedades de control: simulacro y rasismo de Estado

Por último, y para entender en qué sentido
la cuestión del simulacro atiende a una nueva forma de
control social (propia de la sociedad de consumidores), que se
superpone y hace por ello más eficaz formas de poder
más antiguas (no sólo la disciplina propia de una
sociedad de productores sino también del poder soberano
del derecho de muerte),
quiero recurrir de nuevo a Michel Foucault, concretamente a su
trabajo sobre la genealogía del racismo y a la
forma en que conceptualiza el poder sobre la vida con el
término biopoder (Foucault, 1976; González,
2003).

En su "Genealogía del racismo", Foucault (1976)
nos habla de tres tecnologías distintas de poder, que
apuntan a distintas superficies y que conviven en la actualidad,
a pesar de pertenecer a momentos distintos en el tiempo (Morey,
1983):

En primer lugar, el poder de soberanía. Se
corresponde con el poder soberano del derecho de muerte. Surge en
el Antiguo Régimen, y está muy bien ilustrado al
inicio de su obra "Vigilar y castigar". ¿Quién no
recuerda la brillante descripción de los suplicios en la plaza
pública, símbolo y muestra de un
poder soberano ilimitado?

En segundo lugar, el poder disciplinar, que tiene
lugar en la revolución
industrial, y tiene en el panóptico su modelo de
dispositivo de vigilancia. Los cuerpos individualizados
producidos por el surgimiento de la disciplina como
tecnología de poder son su símbolo, y está
en íntima conexión, como ya hemos mostrado, con el
inicio de la sociedad industrial y de productores (Mora,
2002).

Y por último, el biopoder o
biopolítica, el cual se efectúa mediante la
regulación de los procesos
vitales, a través de estadísticas, censos, minería de
datos,
créditos, hipotecas… Se genera
mediante procesos como el control de los nacimientos, las
migraciones, la fecundidad, el envejecimiento, el acceso a la
cultura… Es propio de las sociedades de
consumo y de control, dónde, a diferencia del Antiguo
Régimen, ya no es tan necesario el control de los cuerpos
mediante el castigo – es decir, mediante el derecho de
muerte – como el poder sobre la vida, sobre el control de
las poblaciones. Las nuevas
tecnologías refuerzan y dotan cada vez de mayor
sentido este tipo de sociedad de control (Deleuze, 1991).
Además, si esta tecnología de poder triunfa es
gracias a la utilización del discurso que le es propio, el
discurso de garantizar la vida.

Estas tres tecnologías de poder se dan a la vez,
superponiéndose las unas a las otras. Como puede verse, y
en indiscutible conexión con la sociedad de control y los
sinópticos, el ejercicio del poder propio de nuestra era
es el biopoder. El biopoder, que pone la vida en tanto motor productivo
al servicio del sistema, se sostiene mediante el discurso de la
seguridad, de
garantizar la misma vida que controla: se trata del derecho de
hacer vivir y dejar morir, contrariamente al derecho de hacer
morir y dejar vivir propio del ejercicio de soberanía. La verdad es que este texto, escrito
en 1976, parece prácticamente premonitorio a la luz del discurso
de seguridad y prevención que inunda los medios de
comunicación de masas.

Ya hemos visto que la segunda y tercera formas de
tecnología conviven a la vez en la actualidad; sin
embargo, el aporte de Foucault que nos interesa en este momento
es el de la conjugación del poder soberano del derecho de
muerte y del biopoder en el momento actual: ambas
tecnologías funcionan la una gracias a la otra en este
momento, y lo hacen mediante el mecanismo del "racismo de
Estado".
Foucault nos explica, mediante este mecanismo, porque el racismo
está hoy más vivo que nunca, aunque ya no se trate
de la antigua guerra de
razas sino de un "racismo de Estado" que va a legitimar el
retorno del poder de muerte como comportamiento legítimo y
preventivo
: y es que cuando el otro es percibido como una
amenaza para tu seguridad, como aquello que amenaza la vida en
sí misma, el racismo se torna en la justificación
plena y totalitaria de la vuelta al poder de soberanía
unilateral del derecho de muerte que estamos viviendo en nuestra
era. Efectivamente, el discurso y el hecho de la guerra
preventiva son totalmente acordes con lo que Foucault propone en
el texto; se trata del racismo como mecanismo de
Estado
.

De esta manera, se está dando una forma de
vinculación social en la sociedad global que permite que
se despliegue una tecnología de poder que regula la vida
pero que a la vez recupera el derecho soberano sobre la muerte: se
trata de las técnicas
de adiestramiento y
control sumadas a la vieja potestad de matar.

Y es que, efectivamente, en el momento actual no
solamente no ha desaparecido una sociedad disciplinaria sino que
sus efectos se han exacerbado, conviviendo ésta con un
intensificado biopoder que ha recuperado el poder soberano de
derecho de muerte mediante el discurso de la seguridad y la
prevención. El objetivo de dicho discurso y de las
tecnologías de poder que entrecruza no es otro que el de
que la forma en que nos vinculamos entre nosotros no cambie; es
decir, que la subjetividad continúe siendo uno de los
más potentes mecanismos de reproducción social.

Efectivamente, esta ordenación del mundo funciona
porque está instalada en lo subjetivo; vivimos y
funcionamos con un discurso que no da cuenta del malestar en
nuestra cotidianidad, y en el que no se nos permite reconocernos
en el espejo de los que sufren. Teníamos un maravilloso
ejemplo de simulacro en los inicios de la guerra televisada de
Irak: la
pantalla verde con el fondo negro y los fuegos artificiales en el
cielo oscuro de la noche, sin los lamentos ni las heridas ni la
sangre dejada
por los bombardeos. Los periodistas en las trincheras, dando
cuenta de los inicios de no se sabe qué batalla, con unos
tenientes que explican cual será la operación
militar que se pondrá en escena… ¡pura
estrategia!
¡Y tan pura! No hay nada más allá
según las pantallas de los televisores, puesto que
sólo se muestra la táctica, y nunca los cuerpos
ensangrentados que necesariamente ésta
conlleva.

Todo lo contrario nos muestran las imágenes
de los soldados estado unidenses muertos o prisioneros, o las
imágenes de sus ataúdes, aquellas que el gobierno
estadounidense tenía prohibido mostrar a sus ciudadanos;
¿y por qué resultan estas imágenes tan
duras? Es bien cierto que es duro ver a un compatriota muerto en
el suelo, o presa
de un ataque de pánico,
pero ¿no será quizás que es más duro
todavía reconocer que la guerra que se está
librando no es simple ficción? ¿No será que
lo insoportable es darse cuenta realmente de que uno es el "otro
del otro", qué uno puede ser también el perdedor? Y
es que con una subjetividad harto narcisista como la de la
subjetividad vehiculada por el simulacro, la otredad será
percibida siempre como una amenaza.

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"Este artículo es obra original de Eva
Patrícia Gil Rodríguez y su publicación
inicial procede del II Congreso Online del Observatorio para la
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